El hombre que quería quedarse embarazado

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Érase una vez un hombre que no sabía mucho de biología ni de naturaleza humana, que nunca había recibido información (ni formación) sobre cómo se traen los niños al mundo. Ante el desconocimiento de las razones por las que la mujer engendra en su interior la vida y el hombre no, un día se fijó en una embarazada y le preguntó que por qué tenía esa desproporcionada barriga.

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El hombre que ponía huevos

Ella le respondió que estaba embarazada, y como fruto de aquel refrán de “culito veo, culito quiero” éste hombre decidió que quería quedarse embarazado. Se dirigió a varios centros médicos, donde le derivaron a las organizaciones responsables de la adopción (y a otros tantos psiquiátricos) tras regalarle en todas las ocasiones la respuesta ante la imposibilidad de quedarse embarazado: Porque eres un hombre.

El hombre no quería adoptar, quería quedarse embarazado y podríamos recurrir a muchas hemerotecas que rara vez, encontraríamos el proceso de gestación del embrión en hombres o cómo socorrer un parto masculino. No se recoge esta información porque no tiene cabida, porque es la mujer la que se queda embarazada y al igual que los ovíparos ponen huevos, es cuestión de las leyes de la naturaleza.

La moneda del feminismo

Con este ejemplo llevado al extremo podemos imaginar que quizás en un futuro, mediante los avances científicos y tecnológicos, los hombres puedan ser madres y no padres. Sin embargo, la intención de este hipérbaton de la desigualdad social tan solo servirá como punto de partida para la siguiente reflexión: la moneda del feminismo.

Entendiendo el feminismo como la ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres, nos situamos ante una guerra por el término igualdad, que comenzó con el derecho a voto y que continúa (o debería) por dejar a cero la diferencia entre géneros de ésta balanza que en el pasado Día de la Mujer fue protagonista.

Una moneda tiene dos caras, el mismo peso en cada una de ellas si la dividimos por la mitad, y este debe ser el objeto del feminismo, la igualdad, el conseguir que ésta moneda flote en función de todas las fórmulas químicas acorde con la densidad del agua y demás variables que a la sociedad conciernen.

A día de hoy, se lleva la igualdad a la superioridad y en traducción metafórica, se aplican mil capas de pintura de uñas y de argumentos al lado de la moneda que mira por las mujeres. No se consigue que flote, sino que se precipite al fondo del océano derogando toda tesis razonable y convirtiendo la igualdad en la leyenda del Titanic que se hundió en el fondo del mar. 

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Fotos: Boredpanda , Crecerfeliz.com

 

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