La cantaora valenciana está considerada como historia de España, un mito de copla en Nueva York y una mujer que rompió todos los moldes en unos turbulentos años veinte de un irónico país de huerta y hambre.
Manuel Vicent, escritor y periodista evoca en su prosa escrita Retrato de una mujer moderna aquella desafinada melodía que tarareaban nuestras abuelas al tender la ropa o pelando patatas en una biografía de la Piquer. La novela parte de un personaje real y desmenuza la historia de una época, a través de la coplista mal encasillada en el folclore casposo del franquismo.
De Concha Piquer parece que se sabe todo, pero entre habladurías y leyendas populares de desvanece el humo de una mujer fuerte. Casi le arrebatan su dignidad cuando a los 16 años un compañero del teatro de Nueva York intentó abusar de ella, con una barra de hierro la dama de acero casi le arrebata la vida. Se dice que no lo asesinó, pero que sí pudo ser la mafia para la que trabajaba. Un cuerpo flotando sin vida en el río Hudson abrió las portadas de los periódicos al día siguiente.
Así comienza Retrato de una mujer moderna y así, la niña Conchita se convirtió en la Gran Piquer. A través de unos tomates secos Manuel Vicent narra la infancia de una niña que forjó su carácter a base de sufrimiento, se crio en una familia tan pobre que comían con las frutas y hortalizas que una joven Concha robaba a las huertas de las vecinas del barrio, quizá por eso apreciaba tanto su talento y su dinero, dijo ella misma para Cantares: “no sé hacer otra cosa más que cantar, pero te voy a decir una cosa: si no gano dinero, no me divierto”.
Los periodistas la bautizaron como The flower’s Boy, por su eterna canción El florero, en el libro resuena una américa de Ley Seca y mafia italiana entre lamento de saxofón y ritmos de charlestón que vivían ajenos al golpe de Estado que había dado Primo de Rivera un año antes en España. A Concha Piquer le interesaba poco la política, en su regreso a España a sus 18 años no volvió a Benicalap, ella se instaló en el hotel Palace y debutó en el Romea con Suspiros de España: “Aquí debuté en el Romea, de la calle de Carretas, y estrené Suspiros de España y La Maredueta, que es una cosa, que cuando la canto, ahí la pringo, siempre doblo, lloro yo, lloran los músicos y moquea todo el mundo”.
Literalmente, le dio pereza volver a Nueva York y se instaló en una España estrenada en el franquismo. Las malas lenguas dijeron que era amante de Serrano Súñer o de Eva Perón y no la dejaron entrar en México por fascista, pero Piquer solo quería subirse a un escenario a cantar.
Tenía arrestos por desafiar la censura, cantó Ojos Verdes cuando estaba prohibido decir ‘mancebía’ (prostíbulo), rechazó el Lazo de Isabel la Católica, una distinción franquista y ella, con todo su arte, durante una actuación en la que Franco le hizo una petición para que repitiese una canción, alegó estar merendando.
Así, la mujer que un día conquistó el sonido de los patios traseros y las radios cascadas se retrata en la novela biográfica de Manuel Vicent, un libro que dudó entre llamarse Retrato de una mujer moderna o Retrato de una mujer fuerte, pero que lejos del título que le queramos poner, son las dos cosas. Ningún adjetivo se ajusta a esta coplista que vivió cargando cruces de hierro y cantando para la generación del 27 hasta la España de la posguerra y el franquismo.
Mi madre sabía que me dedicaría a escribir porque desde pequeña lo hacía hasta en los armarios. De moral firme. Elegí periodismo porque quería saber de todo, ejerzo como camarera y aprendo de todos. Culo inquieto, esponja y campurriana, como las galletas. Me hicieron bajita para amar los tacones. Fiel defensora de la moda con conciencia medioambiental.