Esta alteración del refrán del perro del hortelano que “ni come ni deja comer” se aplica en sus variantes para explicar este trastorno alimenticio relacionado con el alcohol. La drunkorexia, también llamada ebriorexia, consiste en suprimir las calorías diarias necesarias para poder beber más cantidad de alcohol sin engordar. Las principales afectadas son mujeres en la edad adolescente. “Drunk” significa estar bebido en ingles y “orexia” proviene del latín y alude al apetito.
El peligro de este trastorno que aúna la anorexia con el alcoholismo es elevadísimo debido a lo que el consumo de alcohol supone. Básicamente se trata de la ingesta de calorías vacías de la bebida que no aportan la energía que nuestro cuerpo necesita para sustituir las calorías de la comida. Esto deriva en la deshidratación y en una intoxicación mucho mayor que la que una persona que se alimenta puede tener al beber.
Al comer, tenemos de una manera metafórica las pilas cargadas y acolchadas. Este colchón absorbe el alcohol ingerido. De ahí aquello de la dificultad para que las copas “suban” cuando hemos comido demasiado y la facilidad de perder el control para aquellos que han pasado por alto la cena. Este último supuesto es el deseado por las drunkoréxicas.
Las principales afectadas por la drunkorexia corresponden a esta franja de edad en la que suelen aparecer problemas de autoestima, al beber llegan a una pérdida del control o como muchas piensan, de la “vergüenza” o “timidez” que les impide brillar y poder mostrar su personalidad. Piensan que con más copas y menos kilos serán aceptadas y podrán llegar a quererse un poco más.
Cuando se sufre de drunkorexia, además de la deshidratación, esta ingesta irracional de alcohol es un ataque directo al hígado, aumentan exponencialmente las posibilidades de sufrir de hepatitis. Es difícil dar con esta variante del trastorno alimenticio pero si conseguimos hacerlo, al igual que con la anorexia o la bulimia, debemos acudir con la persona afecta tanto a un nutricionista como a un psicólogo.
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