Vivir en un tren y no querer bajar de él

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Se suele decir que hay trenes en la vida que solo pasan un vez, sin embargo, nos centraremos en aquellos que viven en un mismo tren y no se plantean moverse de él. Son aquellos que han encontrado un lugar donde el aire acondicionado o los altibajos circunstanciales vitales no llegan con la suficiente potencia para sentir molestias, aquellos que sacaron su billete y consideran que con ese trayecto es más que suficiente.

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Son aquellos que están sentados o tumbados en su butaca, viendo los años pasar, las estaciones y paradas terminar y las nuevas temporadas comenzar. Cada temporada o parada, los culos inquietos del viajar proceden a bajar de este tren para uno nuevo hacia otro destino abordar, mientras tanto, estos “habitantes del vagón” evitan despedidas y esperan novedades con las mismas ganas con las que cumplimos con los lunes, con las ganas dormidas por no decir perdidas. 

Podríamos considerar “interesantes” en un principio a aquellos que dominan ese vagón en el que nos acabamos de montar, que viven en él y nos fascina el hecho de poder disfrutar es un lugar tan especial sin pensar en el final. No obstante, es un vagón temporal en el que nos hemos montado por un periodo de tiempo limitado, un tren que podría superar la actividad humana diaria de la calle más transitada de nuestra ciudad. Un tren que se coge con miedo y sin nada de equipaje y que se abandona llamando a un servicio de mudanza para todo lo que hemos aprendido.

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Podríamos considerar genial la idea de vivir siempre en esa nube con forma de tren en la que las personas suben y bajan y nunca se paran, en esa nube que mantiene la humedad y la temperatura media, en la que los lunes saben a jueves y los fines de semana son el principio de ella. Nos centramos en aquellos que dicen que “no” a cualquier oferta que pueda suponer el vagón abandonar, a cualquier propuesta que venga de alguien que en la siguiente estación se vaya a bajar, a cualquier anomalía que pueda alterar la rutina de sus días.

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Es entonces cuando nos percatamos de que lo queremos está en otro vagón para el cual podemos (o no) tener un billete reservado por el destino, otro vagón en el cual podemos entrar por equivocación o sin intención. Es abajo cuando nos damos cuenta de que los que viven en un mismo tren y no tienen intención de bajarse de él son aquellos que nos harán de todo menos bien.

 

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Fotos: Pinterest 

 

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