Gracias por no dejar que llevara aquellas botas de plataforma… (carta a una madre)

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En la moda la inspiración de alguna manera pasa de padres a hijos, como si de un algo extrañamente congénito se tratara. Cuántos diseñadores no dejan el relevo en manos de sus hijos para continuar con un legado, una historia de vida invertida por y para la moda. Puede que resulte como parte de una evolución natural que pasa desapercibida, y permanece.

Supongo que la esencia de lo que somos muchas veces se compone de un millón de cosas que ignoramos, puede que un simple ademán transporte a un minucioso observador al de un alguien allegado, quizás solo quizás, puede que tú y yo mamá nos parezcamos más de lo que solía creer.

Esta es la carta de una hija a una madre que la supo guiar por el “camino del bien” y de la que tomó las primeras directrices que la llevaron a ser quien es y a apreciar que estilo y elegancia, a pesar de su cariz inherente, son cualidades que todos deberíamos aprender a madurar.

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La adolescencia es dura eso está claro y si te toca vivirla en el pleno apogeo de las spice girls, la cosa se pone complicada. Y es que ¿quién no quería lucir ombligo y botas de plataformas infinitas cuando veía los videoclip?

Quizás ni siquiera me gustaban, pero es que todas tenían unas…y yo quería mis botas de plataforma, los pantalones fosforitos de campana extremadamente bajos y por supuesto algún jersey o sudadera con tintes raperos. Sí, con los años, también parecía que Eminem empezaba  a hacer estragos en los estilismos.

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Incapaz de pasar más de una hora seguida de compras, me negaba a entrar en los probadores, y lo más pulido de mi cabello eran las horquillas que mi hermana pequeña enganchaba con escasa delicadeza (más bien en versión asesina) para evitar que las greñas de mi coleta sobresalieran por doquier. Un espécimen complicado todo sea dicho, que para haber terminado dedicándose al mundo de la moda, hubo alguien que algo bien tuvo que hacer.

Y es que qué madre no ha tenido que sufrir un “no tengo nada que ponerme”, “ese vestido es de abuela”, “no quiero vestir igual que mi hermana”, “todas mis amigas lo llevan”… y resignarse esperando que en algún momento de esta rebeldía prematura aparezca un rayo de luz que sepa apreciar el buen gusto que siempre todos dijeron que tenía (excepto su hija).

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Y es que como en toda buena historia, el rayo de luz aparece… y si toma un cariz chic, mucho mejor.

Yo tenía una chaqueta de terciopelo, una americana (blazer que llamamos ahora) entallada a la cintura y tan suave que una se podía pasar horas acariciándola. Era bonita, era mi joya… pero en qué cabeza cabe que una adolescente de 15 años con ansías de rebeldía (no muy lograda) paseara con los colegas enfundada en una chaqueta de terciopelo.

Solía abrir el armario de vez en cuando, y hasta en ocasiones me planteaba seriamente vestirla… no supe nunca cómo me convencieron para que la comprara.

“Si tu no vistes lo que te gusta, nadie lo hará por ti”, dijo mi madre desde la puerta. Algo hizo “clic” en mi cabeza… ya no quería botas de plataforma.

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Todo se tornó más divertido (igualmente hortera si hablamos de la época) pero las decisiones las tomaba yo. La tortilla se dio la vuelta (del todo) y desarrollé una extraña creatividad a través de mi aspecto. Sí, mi madre se volvió a echar las manos a la cabeza… ¿Cuál de los dos extremos era preferible? ¿Optar por seguir a la corriente o desarrollar un estilo excesivamente personal?

Curioso fue descubrir un álbum de fotos, donde ni la mismísima Chiara Ferragni hubiera lucido los estilismos de aquella chica de veinte años en los setenta. La que me decía que no me cortara el pelo, llevaba turbantes y un peinado a lo Torroja, total looks estampados, maxigafas y prendas de lo más glam.

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“Fashion fades, only style remains the same…” Coco Chanel

Tal vez fue lo que sucedió, las modas pasan (y vuelven)… y los años cambian nuestra perspectiva de lo que es “chic”. La clave reside en sentir que logramos un estilo que nos pertenece, y que evoluciona del mismo modo que lo hacemos nosotros mismos. Esas son las enseñanzas de una madre que fue hija, y que cada día que pasa sigue dándome lecciones de estilo.

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Ahora tengo una chaqueta de ante en color camel, tiene flecos y los hombros caídos… cualquiera podría tenerla esta temporada.

La mía tiene más de 20 años, gracias mamá.

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